Me gustan los aeropuertos, unos más que otros, pero me gustan. Y no hablo de arquitectura, ni diseño, ni manejabilidad, ni prestaciones, ni siquiera de sus cafeterías, o de su salas de fumadores cada vez más escasas.
Me gustan porque en ese territorio de los sueños, los abrazos se suceden con una facilidad poco usual en cualquier otra parte; es el lenguaje predominante con el que los seres queridos se funden en un diálogo hermoso y limpio; una comunicación que parece sólo admitida en ese cosmos particular, en el que mostrar las emociones no está penado con miradas reprobatorias; un lugar con permiso tácito para entreabrir la puerta del corazón; la zona de descanso para dejar por un momento las formas impuestas e intentar reencontrar la esencia que nos mueve; un espejo que refleja buenas intenciones y permite el armisticio a un cerebro adiestrado en la prisa y la productividad; una tregua en la lucha sin sentido que cada día emprendemos y que cada vez nos cuesta más entender; una orilla al abrigo de amenazas dónde la ternura escancia un bálsamo reparador que protege la piel de la crispación global.
Es así como la vida entra y sale cada vez que las puertas se abren, con mil ojos expectantes, que buscan concretarse en esa figura que se aleja, o en esa otra a la que por fin poder de nuevo abrazarse.
Me gustan porque en ese territorio de los sueños, los abrazos se suceden con una facilidad poco usual en cualquier otra parte; es el lenguaje predominante con el que los seres queridos se funden en un diálogo hermoso y limpio; una comunicación que parece sólo admitida en ese cosmos particular, en el que mostrar las emociones no está penado con miradas reprobatorias; un lugar con permiso tácito para entreabrir la puerta del corazón; la zona de descanso para dejar por un momento las formas impuestas e intentar reencontrar la esencia que nos mueve; un espejo que refleja buenas intenciones y permite el armisticio a un cerebro adiestrado en la prisa y la productividad; una tregua en la lucha sin sentido que cada día emprendemos y que cada vez nos cuesta más entender; una orilla al abrigo de amenazas dónde la ternura escancia un bálsamo reparador que protege la piel de la crispación global.
Es así como la vida entra y sale cada vez que las puertas se abren, con mil ojos expectantes, que buscan concretarse en esa figura que se aleja, o en esa otra a la que por fin poder de nuevo abrazarse.
9 comentarios:
Si.
Son territorios sin ataduras.
Donde lo que sentimos se traduce con facilidad.
Besos.
No tengo demasiadas experiencias con aeropuertos... pero si una graciosa. Quizá escriba un post con ella, no se.
En cualquier caso, no le diferencias destacables con otros sitios de transito.
John W.
Aunque por su romanticismo prefiero las estaciones de trenes, en donde la magia de lo antiguo y lo nuevo se funde, creo que los aeropuertos serán nuestra nueva frontera de despedida.
O de hasta luego, nunca se sabe.
Cuídate.
En los aeropuertos conviven el anonimato más profundo, con emotividades explícitas.
Es interesante ser un observador en un aeropuerto,como en tantas cosas.
Optimista y bonita la entrada.
un beso despegando.
También a mí me gustan,querida Ilia,y siento que en gran medida por los motivos que tan bien describes. Sí.Me gustan esos abrazos.
Cuídate mucho.
Un beso.
Me alegra leerte así, Ilia. Los abrazos son hermosos y más si vienen de las personas que queremos.
Y en los aeropuertos hay mucha energía de ellos, es cierto, me lo haces reflexionar.
Espero que vaya todo mejor, un abrazo grande
a mí me producen ansiedad, hacen que me sienta perdida, pequeña, sola... necesito (casi siempre) sentirme agarrada a lo conocido.
biquiños,
Así son todos los escenarios de las despedidas, lugares por los que transitan a diario muchas historias.
¡Vaya!, algún día debería arribar el desencuentro; no me gustan los aeropuertos, pero quizás es porque casi siempre soy el que se queda. Estoy con Ladrón de Guevara con lo de los trenes, pero antes, cuando podías acceder al andén a agitar la mano.
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