Llegar a la isla de Carabane no resulta nada fácil. Llevamos una semana botando en el 4x4, esquivando el río Gambia, buscando el camino al sur donde la Casamance exuberante en pobreza y sonrisas radiantes, nos muestra la explosión de sus verdes, de sus necesidades. El calor es asfixiante, tan sólo soportable porque durante el recorrido, nos envuelve la burbuja reconfortante del aire acondicionado del coche. Y justo cuando el perfil de Africa se confunde con el Océano un puñado de tierra paria, se mantiene casi pegado, apareando las aguas turbias del río, con la bravura azul del Atlántico. Aquí, en esa esquina un boceto del paraíso asoma entre palmeras y arenas casi blancas, pero al pisar su orilla, la realidad nos aguarda, impasible, rotunda casi imperceptible a unos ojos de turistas accidentales, pero espesa como ese sol que se pega a las paredes del alma.
La habitación, sencilla y limpia escupe fuego por las paredes, del grifo sale un agua oscura, viscosa, se puede comer con cuchara y todo un microcosmos de insectos nos envuelve en su particular danza, amenazando una piel irritada, en constante ebullición. Mi estómago lleva dando vueltas desde la última comida, y puedo casi notar las patas de esos microorganismos resbalando, organizando el motín que al caer la noche se declarará en mis vísceras.
El café de la mañana, colabora de manera desinteresada en la rebelión que sigue desbaratándome, que ya sin remedio me acompañará el resto del viaje. Desembarcamos en una isla cercana, la orilla llena de chozas, barcas desconchadas y un penetrante olor a putrefacción que consigue darle una vuelta más a mis maltrechas entrañas. Reprimo las nauseas mientras recorremos una arena llena de peces inmóviles, de aspecto indeseable. El guía desgrana la historia de esas almas condenadas a una rutina que esquiva la muerte cada mañana, de una industria pesquera tan primitiva como necesaria para que sus vidas superen al menos la barrera de la infancia. Siento mis piernas temblar, fallarme a cada paso, y esa voz de la conciencia que ahora sólo acierta a chillar desesperadamente que esto no hay quien lo aguante, únicamente preocupada en intentar no desplomarme. Aún queda lo peor, confirmar la sospecha que esas barcas despertaron en mi cerebro en letargo. Tenemos el cuestionable honor de presenciar uno de los puntos de los que parten las pateras hacia El Dorado, hacia la opulenta Europa. Por un momento la náusea cambia de nombre y aunque no lo veo, puedo imaginarlo: esos cuerpos amontonados, arrancados de la tierra conocida, para enfrentar un futuro que ya nace quebrado, generaciones arrancadas de cuajo por el hambre y la promesa falseada de un futuro imaginario.
Así, cada vez que en las noticias aparecen esas miradas oscuras, esos cuerpos sin vida , siento de nuevo el nudo que estrangula cualquier atisbo de esperanza, de buscar paraísos exóticos, de pensar que puedo seguir como si no hubiera visto nada.
MANICOMIO 251
Hace 18 horas
15 comentarios:
Menudo paraíso.
Que horror.
No te envidio ese viaje.
Tanta miseria me puede. Ya no puedo con la de aquí imagina si veo esa.
Leyéndote ya he tenido suficiente.
Besos.
Una tremenda realidad muy difícil de olvidar...
Besos, Iliamehoy.
¿Por qué el mundo tendrá tantos contrastes? ¿Por qué tanta belleza será capaz de parir tanta miseria, hambre y muerte?
John W.
Yo estuve en Senegal hace casi 20 años. No fuimos a esa zona por recomendaciones de los propios senegaleses.
Aunque en esa época no salían en pateras hacia estas islas, ya se veía mucho de lo que cuentas.
Estuvimos dos semanas, conocimos gente maravillosa, sí, pero la pobreza rondaba cada rincón.
Te leo y me veo.
Un abrazo
y olvidamos, que de olvidos así está hecha nuestra corrección desarrollada: qué asco.
Un beso y millones de abrazos.
Y aunque no se haya visto, no se puede seguir así lamentando lo que los demás no tienen sin hacer nada, pero nuestra conciencia, como dices, chilla y su grito rebota en las paredes de nuestra opulencia.
Un abrazo, un texto categórico
Hay películas que se hace realidades y realidades que se hacen películas.
Ya te veo escribiendo para National geographic.
Abrazos al doble!
Estremecedor y real, no es nada fácil presenciar tanta miseria y sentirte tan impotente. A veces hay paraísos que son el mismísimo infierno.
Me ha encantado cómo lo cuentas.
Un abrazo
Sencillamente, no son paraísos. Ni estos, ni aquellos.
Un beso.
Realmente hay paisajes desoladores. En medio de la exuberancia vegetal, lo más seco y áspero de la condición humana. omo alguien ha dicho arriba, unos contrastes que te dejan impactado.
supongo que cuando se ve muy de cerca esa tristeza, esa miseria, la mirada hacia las cosas "desarorolladas" ambia para siempre.
y un dolor no deja de latir en cualquier rincón del cuerpo.
biquiños,
No existen los paraísos, no mientras haya tanta miseria en cualquier lugar del mundo... Lo lees, lo ves a diario en las noticias y sin embargo es tan dificil de creer... aisss.
Muchos besitos!
Llegará un momento en que todos los paraisos que existan estén ligados a la miseria,porque el hombre es especialista en destrozar paraisos.
Si existe es que no ha llegado la explotación.
Aunque para ser positivos diré que aun estamos a tiempo de salvar muchos paraisos y erradicar muchas miserias.
un beso
Paradójicos constrastes -a los que soy sensible- al margen, leerte me provoca cierta envidia.
No. No se puede seguir como si no se hubiese visto.
Ni tampoco como si, tras leerte, no se hubiese visto la injusticia con tus ojos y tus sentidas palabras.
Besos.
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