Manakara en mayo

Tenía mal día, sin saber muy bien porqué, caminábamos juntos pero una enorme distancia se levantaba entre nosotros; paso resuelto, proyectando toda la energía en salvar el corto espacio que nos separaba del hotel; pequeñas cabañas de madera a orillas de una playa salvaje, larga, casi infinita , azotada por un furioso oleaje que amenazante, parecía querer colarse hasta el interior de la habitación, , de nuestras vidas….
Sin haber discutido, pero alejados, desconocidos, solos, esperando el primer paso al acercamiento, llegamos hasta la puerta; me miró inquisitivamente, extendiendo la mano para sin palabras, reclamarme las llaves; con gesto automático y mirada dura, rebusqué en mi saco, se las dí, y desapareció tras la puerta…. No me atreví a entrar, estaba furiosa, indignada, resentida y triste, pero no quise bajar el tono y me obstiné en mantenerme apartada ; sentada en el porche, opté por acompañar al sol en su rápido descenso al ocaso. Encendí un cigarrillo y jugueteé con la cámara, buscando captar el mejor momento, con el mejor encuadre… tampoco ella estaba muy dispuesta lo que hizo, por unos instantes aumentar la desagradable sensación de abandono, soledad y desamparo…. Por suerte, los sentidos permanecían vivos, alerta, ajenos a disquisiciones …
y de repente… al mismo tiempo que la luz descendía, los colores aparecieron… el cielo, ese tapiz inabarcable que nos cubría, me regaló el mejor espectáculo del día…. Rosa, rojo, naranja, azul, ….tonos difuminados, nubes caprichosas, reflejos iridiscentes que cambiaban a cada instante, el rugido de las olas que espumeantes y altivas rompían sin tregua su fuerza contra el malecón… me sentí pequeña, afortunada, indefensa y al fin feliz!!!!!.
Olvidé fútiles rencillas, y dejándome llevar por la magia del momento, entré , lo vi serio, tendido en la cama, observando distraídamente el trazo del humo de su cigarrillo … me invadió la ternura, y con mi tono más dulce, lo invité a compartir ese precioso instante que la naturaleza, en su estado más puro nos ofrecía… no se hizo rogar y , cada uno desde su propio mundo, fuimos capaces de absorber para siempre ese momento; la naturaleza generosa nos devolvió la esperanza.