Llevábamos tres semanas en Madagascar, y menos de una hora, en el “taxi-brousse”, una especie de mini-van desterrada del primer mundo, herida de muerte, pero con las agallas suficientes para sobrevivir en esa tierra a la que casi nadie mira.
Una docena de malgaches, F. y yo respirábamos en penumbra, acomodando cuerpos y equipajes a cada curva, a cada salto, buscando un equilibrio sólo posible por el escaso espacio que nos era permitido.
La noche cayó de repente y la realidad nos arañó el pensamiento:
circulábamos con los faros apagados, encomendados a la experiencia y buena memoria de nuestro conductor; eso si, la velocidad no disminuyó a pesar de nuestros tímidos intentos de advertencia (moora moora , despacio, despacio) al piloto de fórmula 1 que nos había tocado en suerte; me envolví en mi pareo y me dejé dormir, estaba demasiado lejos de casa para preocuparme, y las opciones escaseaban.
De repente, me ví saltar del coche sin apenas abrir los ojos, empujada por el resto del pasaje. El taxi se había detenido en medio de “la carretera” y de su interior, tosía un humo espeso que daba a la escena una pincelada espectral.
Se inició entonces, el ritual de reparación malgache: un cigarrillo pegado a su sonrisa, un martillo, una botella de agua, cinta aislante y una linterna. La noche densa, tan sólo penetrada por los faros de algún coche que circulaba en sentido contrario, no invitaba al paseo, por lo que contagiados por esa calma y ante la imposibilidad de acelerar el proceso, nos tendimos en la estrecha lengua de asfalto, pegaditos a la cuneta, encendimos un cigarrillo y entornamos la mirada hacia el cielo tapizado: una espléndida vía láctea espolvoreaba infinidad de estrellas que competían con ganas para ser más hermosas, tremendamente cercanas, desplegando sus alas iridiscentes para envolvernos con su embrujo en un abrazo, y el resto del mundo careció de importancia.
Y sucedieron mil cosas, muchas horas, tres metros de cinta aislante, un pasajero perdido, 5 ó 6 martillazos, un puente caído, los primeros baobabs, unos cuantos cigarrillos….. algo muy parecido a la vida con sentido.
MANICOMIO 251
Hace 3 horas
14 comentarios:
Hace tanto tiempo que no veo estrellas...
Aquí las únicas estrellas son los rótulos publicitarios que se vislumbran a través de la polución.
La vida es más fácil verdad?
Besos.
Que bien que aventura. yo estoy deseando emprender una para ver las estrellas de nuevo. es lo qu dice Toro. Aquí en Madrid tampoco se ven las estrellas.
Besos y abrazos!
¿Y no estaba Harrison Ford dentro del coche?
Feliz viaje.
La vida con sentido se desprende siempre de tus palabras, admirada Ilia. Gracias por este ratito espléndido que brindas. No he podido sustraerme a la sensaciones que narras. ¡Qué maravilla!
Beso, niña de las estrellas.
Conforme lo iba leyendo me venia a la cabeza tu conclusión final. Algunas veces eso es vivir y no lo que hacemos por aquí.
Un beso.
John W.
¡Qué maravilla...Madagascar! Un lugar diferente que me gustaría recorrer...me das envidia, de la sana, sí, pero envidia.
Bueno, pero son tan bellas tus palabras que es casi com si fuera en tu equipaje.
Un abrazo grande, casi como un baobab
Eso que se ve es un baobab????
O es uno de esos árboles típicos de allí?
Mi ex cuñada estuvo allí y me enseñó fotos maravillosas de árboles mágicos.
Un beso.
Y es que el tiempo que dura un cigarrillo convirtiéndose en humo, se puede contemplar la vida.
Un abrazo
lejos de casa,
la aventura puede ser un árbol,
o una estrella,
o simplemente la sensación
de que no puedes hacer más
que sobrevivir
y adaptarte a lo que te rodea.
biquiños,
¡Esos son los viajes que añoro!; la vida palpitando real, sin megafonía ni retrasos anunciados que, curiosamente, irritan más debido a las expectativas de perfección, que los contratiempos sobrevenidos (sobrellevados con esa calma franciscana del viaje esencial).
Recuerdo haber dormido sobre un muro estrecho en una inundación, y el piloto automático del cerebro me ahorró el chapuzón, aunque falló estrepitosamente en su lucha contra los mosquitos; no había más libro de quejas que aquel cielo plomizo amenazante, que por turbio, impedía ver al Funcionario Universal. No me molestó, porque sabía que era circunstancial, como la vida misma.
Encantadora entrada Sra. Livingston, un placer.
Uff, Madagascar, suena tan exótico, tan lejano, y no sólo geográficamente.
La vida con sentido es, la muy puñetera, esquiva y fugaz y siempre se nos presenta por sorpresa, allí donde menos se la espera. Terrible que no pueda apresarse esa sensación, que tanto y tan desesperadamente buscamos, e incorporarla a la propia carne para que habite perpetuamente en nosotros. Pero supongo que por eso la recordamos con tanta intensidad. Y el recuerdo queda, para hacernos saber que es posible.
Un beso y una sonrisa!
Qué bonito es tu relato Illia!
Nos empeñamos en pensar en que la vida con sentido es la cotidiana, la de todos los días, porque sabemos lo que tenemos que hacer en casi cada instante.Pero en el fondo, sabemos que no es eso, que ls instantes que a veces se nos presentan inesperadamente complacen nuestro alma de una forma tan intensa, que ni se aproxima a muchos dias seguidos de nuestra vida consinsentido.
Besos.
Qué maravilla, cómo me ha gustado viajar contigo en ese taxi-brousse, ese coche rescatado del desguace primermundista que seguro que después de ponerle un poco de cinta aislante todavía tendrá cuerda para muchos años.
Preciosa tu forma de mirar a las estrellas camino de Morondava. Un auténtico placer leerte.
Ciertamente es así, eso es vida y no esperar un semáforo para cruzar la calle!
Me lo imaginé todo,
gracias!
Salutes totales!!
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