viernes, 30 de abril de 2010

sentido común

Se querían, en ese espacio que fluctúa entre mucho y nada. Acomodaban una vida de costumbres básicas, sin aspavientos , como escribiendo los días línea a línea con una ortografía sin faltas. Apareaban enfados con frases serenas , comedidos, sin traspasar la frontera de los territorios conocidos, esos que transmiten una seguridad aparentemente indestructible.
El paso de los años en convivencia, barnizó con una pátina amable ese guardar las formas, las maneras, esa obediencia a las directrices que pautan un ir haciendo sin problemas. Pactando tácitamente, sin dramas, pero también sin risas desbocadas, un pasarse la pelota, con toques suaves, ahora tú, ahora yo, dejemos las emociones fuertes para los que no saben gestionar sus malestares.
Una carretera sin curvas, un trabajo estable, dos niños la mar de monos, un poco traviesos, pero lo justo, como esa sopa tibia debidamente sazonada. Todo razonable. Y fines de semana divertidos, paseos por el campo, la playa en verano, cine los jueves, cena romántica dos veces al mes, a ser posible, en viernes, si no coincide con un partido, o una cena de mujeres.
Fue precisamente a las puertas de un fin de semana, viernes con velas, música suave y restaurante vegetariano en el que Marta se retrasó…. Una reunión a última hora, nada serio, luego el párking. Ultimos retoques de maquillaje en el espejo de la visera, paso ligero, Gustavo aguarda degustando un zumo de zanahoria con manzana, ella se acerca por la espalda y esgrime el gesto cotidiano de saludo, se inclina y roza su cara. Precisamente en ese instante, él siente su contacto como un disparo en la nuca y a partir de ahí ya nada encaja.
Cayó el decorado, a plomo, como un vino espeso derramado en un descuido, y todos los sentidos, de tan comunes, se dieron por desaparecidos.

lunes, 26 de abril de 2010

días azul violeta




Abril de luna creciente, mañana de camiseta sin mangas, calor por fin, se despereza el azul en el cielo, aguas de cristal salado con presunción caribeña .... mediterráneo de gotas frías, sumerjo piel y todas las dudas, corta, la respiración y el nudo de las tristezas
huele a lavanda, o a alguna de sus hermanas, rozo con mis yemas, su corola violeta.
definitivamente,
la alegría reanuda la fiesta.
Fotos: Cala Tamariua. El Port de la Selva. Girona

viernes, 16 de abril de 2010

se alquila

Aprieta los dientes, y empuja con todas sus fuerzas , mordiendo el ribete de su sari rosa, ahora doblado hasta su boca y que tapa casi por completo su rostro desencajado. No llora, ni grita, ha aprendido a tragarse el dolor después de cuatro partos.
Radha siente por fin la liberación bajo su vientre, y nota como ese pedacito de vida escapa de su útero y asoma por entre sus piernas, en el mismo instante que la doctora lo recoge y corta con presteza el hilo que todavía los funde en un solo latido. Apenas si acierta a intuir el cuerpo menudo, extraordinariamente blanco, extraño, al que nunca más volverá a ver, y que ni siquiera ha tocado.
Respira pausada y exhausta, en la camilla del barracón del hospital; el calor golpea fuerte las paredes de chapa, y se deja acunar por el sopor de media tarde agarrada a su sari, y a la hermosa imagen de una vida más fácil. Dentro de dos días, recogerá las 268.000 rupias que le prometieron, comprará un nuevo taxi motocicleta para su marido, algún juguete para sus hijos, comida, y podrá regresar a su vida de mujer india en una chabola cerca del aeropuerto de Mumbai.
Natalia, que viste para la ocasión, pantalón de lino blanco y camisola a juego, sandalias de cuero de tacón medio y pulsera étnica , acuna a su bebé recién estrenado, ve la misma cara de su marido en tamaño reducido, y sonríe complacida; dentro de dos días aterrizará en Barajas, ya madre, y regresará a sus reuniones del consejo de administración, a su ático con dos terrazas, un nuevo objetivo cumplido, y con el mismo vientre plano.


Nota. Este relato salió a raíz de conocer que cada vez es más habitual en el mundo occidental el alquiler de un vientre por motivos puramente estéticos. El destino, India, por motivos evidentemente económicos y la ausencia de una ley reguladora del número de óvulos a fecundar.

viernes, 9 de abril de 2010

al sur del sur

Llevábamos tres semanas en Madagascar, y menos de una hora, en el “taxi-brousse”, una especie de mini-van desterrada del primer mundo, herida de muerte, pero con las agallas suficientes para sobrevivir en esa tierra a la que casi nadie mira.
Una docena de malgaches, F. y yo respirábamos en penumbra, acomodando cuerpos y equipajes a cada curva, a cada salto, buscando un equilibrio sólo posible por el escaso espacio que nos era permitido.
La noche cayó de repente y la realidad nos arañó el pensamiento:
circulábamos con los faros apagados, encomendados a la experiencia y buena memoria de nuestro conductor; eso si, la velocidad no disminuyó a pesar de nuestros tímidos intentos de advertencia (moora moora , despacio, despacio) al piloto de fórmula 1 que nos había tocado en suerte; me envolví en mi pareo y me dejé dormir, estaba demasiado lejos de casa para preocuparme, y las opciones escaseaban.
De repente, me ví saltar del coche sin apenas abrir los ojos, empujada por el resto del pasaje. El taxi se había detenido en medio de “la carretera” y de su interior, tosía un humo espeso que daba a la escena una pincelada espectral.
Se inició entonces, el ritual de reparación malgache: un cigarrillo pegado a su sonrisa, un martillo, una botella de agua, cinta aislante y una linterna. La noche densa, tan sólo penetrada por los faros de algún coche que circulaba en sentido contrario, no invitaba al paseo, por lo que contagiados por esa calma y ante la imposibilidad de acelerar el proceso, nos tendimos en la estrecha lengua de asfalto, pegaditos a la cuneta, encendimos un cigarrillo y entornamos la mirada hacia el cielo tapizado: una espléndida vía láctea espolvoreaba infinidad de estrellas que competían con ganas para ser más hermosas, tremendamente cercanas, desplegando sus alas iridiscentes para envolvernos con su embrujo en un abrazo, y el resto del mundo careció de importancia.
Y sucedieron mil cosas, muchas horas, tres metros de cinta aislante, un pasajero perdido, 5 ó 6 martillazos, un puente caído, los primeros baobabs, unos cuantos cigarrillos….. algo muy parecido a la vida con sentido.


Foto: dentro del "taxi-brousse", camino a Morondava. MADAGASCAR

viernes, 2 de abril de 2010

pedí permiso

Pedí permiso a tus ojos,
para demorarme en su orilla
unos segundos, un suspiro
o tal vez,
lo que se tarda
en justificar una vida.

Y supe que no hacía falta
que aunque me diera la vuelta,
tus pupilas seguirían abrazando
mi nuca, retina y piel
tu mundo y mi esperanza.