lunes, 17 de octubre de 2011

Yo, paro.

Su primera frase después de un apretón de manos resbaladizo, incluía la palabra estabilidad, que en su boca sonó como la amenaza de un disparo; le siguieron honestidad, confianza, comunicación, vocación, vanguardismo ( ahí una sonora carcajada interior me hizo apretar los labios para disimular ) todas ellas encajadas en un monólogo que duró una hora, larga, densa y en la que pude constatar la capacidad de sus ojos que giraban como dos esferas de hielo, para no verme. Y yo, no podía dejar de sentirme rara ante un tio gilito de barrio, disfrazado de propietario pequeño-burgués en un despacho en el que, el intento por hacerlo agradable había sido en vano.
Mientras, mi cerebro estupefacto, ensayaba alguna respuesta que estuviera a la altura ( más o menos a ras de suelo) de las circunstancias; apenas si balbucí algún por supuesto, o para no repetirme, dos claro, claro, garabateando una sonrisa ahorcada en mi rostro ysintiendo el incesante martilleo de unas enormes ganas de largarme.
Sin apenas punto y aparte, el discurso se transformó en propuesta, a juzgar por la máscara que esgrimió, altamente interesante para mí (aunque en realidad sólo lo era para él) y que no acerté ni a contradecir, sumida en la más absoluta indefensión , hurgando en mis buenas formas, y recordándome la necesidad de encontrar un trabajo.
Salí del despacho con la sensación de no haber estado en mi, muñeca de trapo , ingenua aprendiz de hormiga , incapaz de discernir si debía estar agradecida o cabreada.
Por suerte, J. resumió el final de la historia: Si te vas a trabajar a McDonalds, te saldrá más a cuenta.

Bueno. He vuelto. No sé si en mi mejor momento, pero valga como punto de partida , el intento .