Y el verano que no llega, aunque los turistas parecen ignorarlo; se deslizan hasta el mostrador de la recepción con su sonrisa de inminente estreno vacacional, me apuntan con su pasaporte, y se inicia el espectáculo, basado principalmente en la recopilación de datos y frases aún poco fluidas en mi inglés entrecortado, una especie de diálogo entre dos walkie-talkie de frecuencias distintas. Pero sonrío, les muestro el plano, explico horarios, infraestructuras, me enternezco ante esos bebés increiblemente rubios.... y vuelvo a sonreir. Guardo ficha y pasaporte, me arreglo la camiseta del uniforme.... y me preparo para el próximo asalto.
Salgo a fumar a la esquina junto a la papelera, mientras observo el escenario de mis horas. El mar a mi espalda voltea su melena de espuma , que cae ya en un desmayo sobre la alfombra de arena, en el cielo saltan los colores de las velas de kitesurf , nerviosas y divertidas por el zarandeo constante de un viento fuerza 7 . Vaivén de bicicletas, perros hermosos y extranjeros, como sus dueños, adolescentes granulados, la chica japonesa del "infopoint", musculados windsurferos, ancianos con barrigas cerveceras, familias aparentemente felices... y el verano que no llega.
Vuelvo a casa ... recorro embebida por la luz de una tarde fría y luminosa esa línea casi recta de escasos 25 km. y llana , con las ventanillas cerradas y la radio desplegando sus lazos de calma y compañía.
No es tiempo de cuestionarme. Pervivo en la certeza de andar un camino necesario, relativamente amable y por encima de todo fruto de una decisión de la que me siento absolutamente responsable.
Fotos: camino del trabajo.